Procusto sigue entre nosotros: el síndrome que corta las ideas que sobresalen

Publicado el 9 de mayo de 2025, 17:27

En la Atenas del siglo V a.C., Procusto no fue un filósofo, sino un bandido. Su nombre —que significa el estirador— pasó a la historia no por su pensamiento, sino por su macabro método: obligaba a los viajeros a acostarse en un lecho de hierro. Si eran más altos que la cama, les serraba los pies. Si eran más bajos, los descoyuntaba para estirarlos. En ambos casos, la víctima debía "encajar".
Hoy Procusto no acecha en los caminos, pero su síndrome circula cómodo por colegios, universidades, redes, instituciones y empresas. Y lo hace con la misma lógica brutal: cortar lo que sobresale, mutilar lo que incomoda, alisar lo que desafía.

Entre las muchas figuras mitológicas que han servido a la filosofía para pensar el poder, la diferencia y la violencia, pocas son tan plásticas y olvidadas como la de Procusto. Este bandido del Ática, que asaltaba viajeros para forzarlos a encajar en su infame lecho de hierro —serrando o estirando sus cuerpos para igualarlos— ha legado más que un mito: ha dejado una metáfora vigente sobre la tendencia humana a anular lo que desentona.
Este artículo propone una lectura actualizada del síndrome de Procusto, aplicándolo a los modos contemporáneos de gestionar la diferencia, la creatividad y la disidencia, tanto en contextos intelectuales como sociales. Frente a un tiempo que predica la diversidad, pero premia la homogeneización, urge desenmascarar las nuevas camas de Procusto.

1. Procusto: del mito a la patología cultural

El mito griego no requiere grandes exégesis: la cama de Procusto es el símbolo del molde único. Pero la filosofía ha intuido siempre que este mito no es solo una fábula de violencia física, sino de violencia epistemológica y cultural.
Cuando en el siglo XX la psicología social rescató la idea de un "síndrome de Procusto", se estaba nombrando una patología colectiva que excede lo individual: el rechazo sistemático a quien sobresale, a quien no encaja, a quien incomoda por exceso o por defecto. El psicólogo italiano Salvatore Di Pasquale (2014) lo definió como una dinámica defensiva del grupo o sistema que, para preservar su estabilidad, mutila la diferencia.

En palabras más directas: Procusto es la pulsión de amputar lo singular para preservar lo cómodo.

2. Filosofía y Procusto: una relación incómoda

La historia del pensamiento occidental es pródiga en casos de “procustización” intelectual. Desde los juicios a los sofistas hasta las censuras escolásticas, pasando por la quema de libros o la exclusión de heterodoxos, el pensamiento que desbordaba las camas establecidas fue castigado.

Algunos ejemplos paradigmáticos:
Sócrates, condenado a la cicuta por cuestionar la tradición y las costumbres atenienses.
Hypatia de Alejandría, asesinada por cruzar los límites de género y religión en un contexto polarizado.
Giordano Bruno, quemado por defender un cosmos infinito y una teología subversiva.
Simone Weil, marginada en vida por su incomodidad tanto para marxistas como para cristianos ortodoxos.

Lo que todos ellos comparten es la incomodidad que generaban para los sistemas establecidos. Su diferencia era percibida como amenaza, y no como oportunidad.

3. Procusto 2.0: la homogeneización contemporánea

En nuestros días, las sierras de Procusto no siempre son visibles. No es la hoguera ni la cicuta, sino la indiferencia, el algoritmo, la corrección política o el academicismo endogámico.
Byung-Chul Han lo advirtió: vivimos bajo un imperativo de positividad que disfraza la homogenización como inclusión. Pero el resultado es similar: lo que no encaja, se ignora; lo que incomoda, se etiqueta como improcedente o "poco constructivo".
En redes sociales, los algoritmos premian lo replicable y penalizan lo disruptivo.
En universidades, la presión por publicar bajo moldes preestablecidos asfixia la innovación radical.
En medios y política, la búsqueda de consenso convierte los debates en simulacros donde la diferencia real es silenciada.

Lo paradójico es que nunca se ha hablado tanto de diversidad y, sin embargo, pocas veces la diferencia ha estado tan domada.
Procusto hoy no amputa los cuerpos: normaliza las mentes.

4. La tentación procustiana en filosofía, cultura y educación

El pensamiento filosófico no está exento de esta tentación. Quien introduce ideas que desbordan las categorías dominantes —sea en ética, política, estética o epistemología— sigue encontrando resistencias, boicots sutiles y exclusiones silenciosas.
El síndrome de Procusto no se activa solo contra el disidente político, sino contra todo aquel que:

– Introduce categorías nuevas que desbordan los marcos dominantes.
– Aporta lecturas interdisciplinares que rompen las fronteras disciplinares.
– Propone una crítica que obliga a revisar los consensos cómodos.

Procusto sigue rondando las facultades, los congresos, las redes y las editoriales.

Procusto en las aulas: la educación como fábrica de encajes

El ámbito educativo no es una excepción. De hecho, es uno de los espacios donde el síndrome de Procusto opera con mayor eficacia bajo la apariencia de neutralidad.
Los sistemas educativos contemporáneos, pese a los discursos sobre innovación, creatividad y pensamiento crítico, continúan funcionando como dispositivos de uniformización. Se mide, se evalúa y se recompensa aquello que se ajusta a estándares preestablecidos.

Currículos cerrados que marginan los enfoques divergentes.
Evaluaciones estandarizadas que penalizan formas de pensamiento no convencionales.
Metodologías rígidas que asfixian la curiosidad genuina y la creatividad indisciplinada.
Rúbricas de competencias que convierten la complejidad en listas de verificación.

El filósofo Edgar Morin ya advertía que "la educación está enferma de hiperespecialización y fragmentación", y que esto genera mentes adaptativas, no críticas.
Así, la cama de Procusto educativa no es otra cosa que un modelo que prefiere estudiantes previsibles, reproducibles y obedientes a pensadores incómodos, creativos y disonantes.

Como señalaba Ivan Illich en La sociedad desescolarizada (1971), "la escuela certifica la obediencia antes que el conocimiento". En ese sentido, podríamos decir que la educación actual fabrica ciudadanos que encajan, más que personas que piensan.

5. Contra Procusto: hospitalidad intelectual, cuidado de la diferencia y educación emancipadora

Frente a este panorama, ¿qué alternativas filosóficas y educativas podemos cultivar?

  1. Reconocer el síndrome. Nombrarlo es el primer paso para resistirlo. Saber cuándo y cómo intentamos (o intentan) recortar la diferencia.

  2. Fomentar la hospitalidad epistemológica. Aceptar la diferencia como interlocutora, no como anomalía.

  3. Practicar el coraje intelectual. Seguir pensando a contracorriente, incluso cuando las sierras de Procusto sean invisibles.

  4. Construir espacios de desajuste. Crear foros, revistas, redes y comunidades donde lo que no encaje no sea amputado, sino cultivado.

  5. Reimaginar la educación. Apostar por modelos pedagógicos que no premien la docilidad, sino el pensamiento divergente, la creatividad y la curiosidad insumisa.

Educar no debería ser estandarizar. Debería ser acompañar a cada persona en su singularidad innegociable.

Para seguir pensando

– Di Pasquale, S. (2014). Il complesso di Procuste. Franco Angeli.
– Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.
– Foucault, M. (1984). ¿Qué es la Ilustración? (en Foucault Reader). Pantheon.
– Weil, S. (1999). Echar raíces. Trotta.

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