
-Ya que hemos leído La vida es sueño en castellano y tú nos aseguras que hay mucha filosofía en ese texto, ¿podríamos hacer el trabajo de filo sobre ese libro? ¡Venga!
Me lo dijo con la mirada peticionaria propia del gato con botas de Shrek, y yo cedí y accedí. Y es que es cierto, este libro de Calderón —¿cuál no?— tiene mucha profundidad y da para pensar sobre la vida, la realidad y los sueños…
Llego a casa destrozado. Día duro. Cena maravillosa y, antes de seguir trabajando (la madrugada espera), me quedo traspuesto con un documental del DMAX susurrando por lo bajini. Mientras se me cierran los ojos y mi cerebro se apaga para entrar en modo avión, la historia de la tele se adueña de mi subconsciente… hablaban de Egipto, de un faraón al que le borraron el nombre…
Hace mucho, mucho tiempo, en las arenas doradas del Nilo, gobernó un faraón que quiso cambiarlo todo. Su nombre era Akenatón, y decía que solo un dios merecía ser adorado: Atón, el disco solar. Cerró templos, desafió a los poderosos sacerdotes y mandó construir una nueva ciudad para su dios, bañada por la luz del sol.
Durante su reinado, el arte cambió, los rostros se volvieron más humanos y se hablaba de paz y luz. Pero cuando Akenatón murió, los viejos dioses regresaron con fuerza. Los sacerdotes, enfadados, borraron su nombre, rompieron sus estatuas, destruyeron su ciudad y prohibieron recordarlo. Durante siglos, Egipto olvidó a aquel faraón del sol, como si nunca hubiera existido. Fue víctima de lo que siglos después los romanos llamarían damnatio memoriae: la condena al olvido, la anulación de un nombre y una vida por razones políticas, religiosas o ideológicas.
Pero la arena, paciente, escondía la verdad. Y un día, muchos siglos después, los arqueólogos encontraron ruinas que hablaban de un rey olvidado, un faraón que amó al sol y desafió a los dioses del mundo antiguo. Así, la historia que fue silenciada volvió a brillar, como el sol que Akenatón jamás dejó de adorar.
Desperté con la imagen de aquel faraón al que intentaron borrar del pasado de Egipto. No me había dejado buen cuerpo aquella historia. Pero, al fin y al cabo, era un sueño. Me dispuse a preparar la clase del día siguiente y… ¡sorpresa! Tenía que preparar la duda metódica de Descartes. Entre otras cosas, propone —en sus Meditaciones metafísicas— que, muchas veces, cuando estamos soñando, creemos con total seguridad que estamos despiertos: vemos, oímos, sentimos, e incluso pensamos que todo es real. Solo al despertar nos damos cuenta de que aquello no era más que un sueño.
Entonces se pregunta: ¿Y si ahora mismo estuviéramos soñando y no pudiéramos darnos cuenta? ¿Y si la realidad es lo que sueñas? ¿Y si eso de borrar de la historia a ciertos personajes por parte de la oficialidad no fuera un sueño? ¿Y si está ocurriendo más cerca de ti de lo que te esperas? ¡Glups!
Bueno, pues habrá que esperar que algún “arqueólogo” vaya al rescate de lo olvidado y mancillado. A esperar, con esperanza… pero a esperar.
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