FRATERNIDAD: EL GRITO QUE AÚN NO HA SIDO ESCUCHADO

Publicado el 22 de julio de 2025, 15:15

Una persona me preguntó, tras leer un texto muy duro —una especie de grito contra la crueldad y la indiferencia—:
“¿Y qué se puede hacer?”
No es una pregunta ingenua. Es, de hecho, la única que vale la pena hacerse. Ya me la había hecho antes un alumno de grato recuerdo.

Me gustaría responder desde el humanismo cristiano, comprometido con la dignidad de todo ser humano y con la construcción de un mundo más justo, intentaré esbozar aquí algunas respuestas. No fáciles. Pero posibles.

La respuesta no es sencilla ni inmediata, pero sí profundamente comprometida. Aquí la tenéis con humildad, en varios niveles:

 

  1. Nombrar el mal, sin miedo

El mal se disfraza —de orden, de razón, de neutralidad, de éxito, incluso de religiosidad—. Pero el primer paso desde una ética cristiana es desenmascararlo y nombrarlo. Jesús lo hizo constantemente: con los mercaderes del templo, con los hipócritas, con los poderosos que oprimen. No es tiempo de silencios piadosos. Es tiempo de valentía profética.

 

  1. Rehumanizar al otro: construir fraternidad

La fraternidad no es un sentimiento blando ni una consigna vacía. Es el nombre político del amor. Desde el humanismo cristiano, solo viendo en cada ser humano un hermano, una hermana, podemos aspirar a un mundo distinto.

Esto exige educar la mirada: aprender a ver más allá de etiquetas, ideologías o fronteras. Exige también cambiar las estructuras que nos educan para competir, comparar y consumir. Necesitamos una pedagogía de la fraternidad, como sugiere el texto. Y eso implica transformar la cultura desde la raíz.

 

  1. Practicar la compasión activa

No basta sentir. La compasión cristiana se traduce en acción. Volverse prójimo, como en la parábola del buen samaritano. Desde el humanismo cristiano, esto implica:

  • Acercarse a las víctimas, escuchar su dolor, acompañar sus luchas.
  • Trabajar por la justicia, aunque incomode, aunque cueste, aunque duela.
  • Compartir el pan, el tiempo, la palabra, no desde arriba, sino al lado.

“Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

 

  1. Crear comunidades de resistencia y esperanza

Frente a la deshumanización globalizada, hay que tejer redes de humanidad. Comunidades donde se viva otra lógica: la del don, del cuidado, del perdón, de la justicia restaurativa. Iglesias, asociaciones, escuelas, barrios... cualquier lugar puede ser semilla de Reino, si se vive desde esa esperanza activa.

 

  1. Cuidar la esperanza, que es militante

La esperanza cristiana no es ingenua. Es pascual: pasa por la cruz. Por eso no se deja matar por el fracaso, ni por la violencia, ni por la corrupción. La esperanza verdadera es lucha, es aguante, es fe encarnada en la historia.

No se trata de "salvar el mundo" en solitario, sino de no dejar de sembrar bien en medio del mal. Con otros. Desde dentro. Con Dios.

“Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia” (Rom 5,20).

 

¿Qué se puede hacer?

  • Denunciar el mal sin odio.
  • Educar para la ternura y la justicia.
  • Vivir con coherencia ética en lo pequeño.
  • Comprometerse en causas concretas.
  • Tejer vínculos, comunidad, fraternidad real.
  • Rezar y actuar.
  • No rendirse. Nunca.

Ya dije que era difícil, pero desde el humanismo cristiano lo único que se puede hacer es ser humano hasta el fondo, como lo fue Jesús, y no permitir que el mal tenga la última palabra. Porque no la tiene.

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